19/10/04

Estampida ecuménica

Desde el trazo curvo de las isla nórdicas
las personas comenzaron a impacientarse
desde las manzanas de ciudades modernas
de boulevards de cafés tibios
y desde las tiendas de nómades
de refugios anárquicos al arquitecto obsesionado
y meticuloso

Violentos movimientos, bebidas caídas
Los pueblos comenzaron a aplastarse contra el suelo
y las criaturas comenzaron su huída
Levantaron las piernas cuan alto el cielo
y juraron no pisar hasta que los pies alcanzaran el extremo

Temieron del viento, del fuego o del volcán
nadie lo supo jamás
simplemente, corrieron y ya

Las aves volaron en bajas distancias, sobre las laderas
los elefantes chocaron contra los árboles de cerezos
los axolotes nadaban en las corrientes cálidas del atlántico
asustados hasta los más evolucionados

Los coliseos, colmados de gusanos, se hicieron moscas
las ciudades depredaron el incesante sonido del bullicio
sonrisas apagadas entre el telar de la anciana, montada en bastones veloces

La tierra despedazada, por el rasgueo vertiginoso de la distorsión
de la música agitada que cubría las corridas de todos los seres
donde el obeso daba brincos de miedo entre los traseros de los gibones

Los amantes frustrados se descamban en el aire, atrapados entre sus manos
los Estados se desnudaban en la inmensa pradera entre los llantos
y nadie miraba hacia atrás, serpenteados los nostálgicos
por las memorias vacías de memorias


Los animales corrían con sus cárceles a cuesta
tal como los enfermos con sus cuartos y sus cegueras

El proxeneta, con el hastío en la boca
y sus damas, revoleándolo con una soga

Decenas de bachilleres e industriales,
profesores con apuntes extendiendo sus manos y gritando las lecciones

Caballos, sin riendas, sin jinetes
palpando el mundo sin fotogramas,
herraduras en boca del jockey triunfador

Las apuestas cesaron, el coito a medio acabar
o nunca comenzado
De mendigos que no dormían en pasillos
limpios bajo el reproche del perfume de la anciana bacana

Dormilones despiertos, sujetos al ensueño del trote sin cesar
y las presas liberadas sin el dueño vulgar

Las teorías dispersas en el aire
sin su cama conyugal
Y los senderos menos estrechos
para el paso excepcional

Y allí, entre todos, sentado estaba el niño
de flecos caídos entre los ojos
jugando con animales de plástico
sentado en el loto mismo del bosquejo de la estampida
concentrado en la historia de sus conciertos de infante.

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